La Criatura

Ella miraba en silencio, calmada, callad, inmóvil. De sus entrañas salía esa criatura, engendro producto de una invasión sucia y oscura, de esa violencia indescriptible de aquella penetración que desgarró e hizo sangrar a su madre. Esa criatura iba naciendo, haciendo su camino al mundo, atravesando el cuerpo de esa mujer. Destrozando su carne y pudriendo su sangre. ¿Es que nueve meses en su vientre lo hacían su hijo? Ella no lo creía así, ella no lo sentía.
Cuando la criatura logró salir, su hermana lo recibió, miró con temor a la nueva madre y envolvió al bebé en una manta.
-¿Qué es?
-¿Acaso importa? Es un bebé, una criatura del Señor.
-¿Qué es?
-¿Cuál sería la diferencia?
-¿Qué es?
-Es... es un niño
Con sus últimas fuerzas la mujer recién parida se levantó y arrebató al niño de las manos de su hermana y en rápido ademán envolvió su pequeño cuerpo en su cordón umbilical, sus labios rápidamente se pusieron morados y pronto todo su cuerpo. El niño ya no lloraba, el niño ya no se movía. El niño ya no respiraba, sólo yacía ahí, inanimado.
-¿Qué haz hecho?
-Lo que debía ser hecho.
-¡Era sólo un niño recién nacido! ¡Inocente!
-Juré que ningún hombre jamás volvería a tocarme, eso lo incluye a él.
-Era tu hijo...
-No, él no era mi hijo, era sólo una criatura que creció dentro de mi, como un parásito.
Su hermana empapada en llanto recogía del piso el cadáver caliente.
-Te arrepentirás y este pecado te perseguirá como un fantasma el resto de tus noches en este mundo. ¡Que Dios se apiade de tu alma!
-Justamente, que sea Dios quien me juzgue, y junto a mi espero que se encuentre ese hombre. El que me hizo suya sin yo quererlo. Y es que el recuerdo de su aliento y sus manos sí me persiguen cada noche y entre mis piernas vuelvo a sentir el dolor. ¡Me despierto para ver si todavía corre sangre por mis muslos! Y tu te dignas a hablar de pecados y arrepentimientos. ¿Cuál fue mi pecado para merecer esto?
-No lo sé hermana, no lo sé. Pero te juro que quisiera ser hombre y poder ir y encararlo yo misma y matarlo con mis propias manos, si fuéramos hombres nada de esto habría sucedido.
-No hables así. Prefiero sufrir y saberme débil que ser uno de ellos. ¿Qué acaso lo único que hacen no es destruir? Me dan asco, prefiero morir mil veces y ver la sangre brotar de mi vientre que ser hombre.
-No digas eso...Te juro hermana que no todos son iguales.
-Sí lo son, solamente no han tenido oportunidad.
Agotada se volvió a acostar en la cama, con sábanas empapadas de placenta y sangre mientras su hermana salía de la habitación con el niño en brazos anunciando que había nacido muerto, ahorcado con su propio cordón.