La Mirada

Salió del baño y me miró, solamente andaba el boxer negro tallado que sabe que me gusta, me miró de arriba a abajo, alzó una ceja. Alzó una ceja. ¿Quién putas se cree él para alzarme una ceja? Estaba claramente ofendida. De repente me sentí sucia, como que me tenía que duchar de manera tan urgente que no aguantaría un segundo más sabiendo que él recorrió mi cuerpo... que él estuvo allí... aquí. Fue como si de un momento a otro me hizo sentir que fui una del montón. Sí era una de sus tantas, lo sabía, sabía que no había sido la primera, que no sería la última, y probablemente que en ese momento tampoco era la única, pero me hizo sentir como dispensable, como fácilmente intercambiable, y eso no se lo permitiría.
Cuando dio un paso al frente, para acercarceme para volver a empezar una vez más, a pesar que vi esos brazos piel morena, a pesar que la tentación estaba a punto de superar la indignación, logré levantarme y vestirme. Mi orgullo siempre sería más fuerte. Me puse las bragas de espaldas a él, sin verlo, sin oirlo, sin respirar, no quería que su olor me hiciera querer volver, no quería que su voz me hiciera estremecerme como siempre lo logra cuando me habla quieto al oído.
Se me acercó, me tocó la espalda, la recorrió con su índice desde arriba hasta la base, un calambre lo acompañó. Cuando me levanté para buscar mi enagua me tomó de la mano, me dio vuelta y me besó. Me quité.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué te quitás?
-Andate a la mierda, matate.
Me miró confundidio, entre ira y sorpresa. Todavía no me había soltado. Me tomó por la cintura, y subió a la cama. Ahora estaba acostada boca arriba, debajo de él, odiándolo.
-¿Te enojás de la nada y esperás que me quede como si nada esperando a que se te pase?
-No te preocupés en esperar que no pensaba volver.
Silencio
Me miró a los ojos por lo que sentí fueron horas, él no entendía.
-Nunca has sido de las que se enojan por nada y se van.
-Es que sí hubo algo, que no lo notaras es otra cosa.
Me soltó las manos y suavemente, con ternura y lo que me dio la impresión, lleno de amor, me besó.
-Perdón, no sé qué hice, pero perdón. No quiero que te vayás.
-No soy una de tus amiguitas con la que llegás, jugás y cuando te acordás que tenés guardada una mejor te vas.
Ahora no solo lo odiaba, también quería llorar, estaba llena de furia y a la vez estaba muerta por besarlo. Debía admitirlo, aunque nunca fue mi intención, me enamoré de él. Por eso hoy cuando me percaté que le era dispensable me enojé. Me enojé más conmigo misma que con él. Yo sabía las reglas cuando comencé. Yo metí cabeza en esto. Pero tenía derecho a enojarme con él. Lo tenía. Yo sé que lo tenía.
-Yo no estoy jugando, te quiero.
-No te creo.
-¿Por qué no?
-Porque no- Ya no había aguantado más, ya estaba llorando, al menos tenía los ojos rojos.
-Si te querés ir, andate. Aquí voy a estar, esperándote.
-Ya veremos- me levanté y me vestí. Salí sin ver atrás, sabiendo que si lo veía me arrepentiría.
Tres meses después volví. No estaba. Me dijeron que salió en la mañana. Me senté frente a su puerta a esperar. Mientras esperaba dudé. No sabía qué decirle. No sabía como explicar por qué volví. No sabía nada. Me levanté, me había arrepentido. Cuando estaba en el lobby del edificio, él entró y me miró. Me miró de arriba a abajo. La misma mirada.
Me volví a enojar.
Se me acercó de frente, me abrazó y me besó.
-No tenés que decir nada, solo quedate.
Mirada incorrecta más palabras correctas. ¿Allí, en ese caso, quién ganaba?